“El juego de las escondidas o el matagente siguen vigentes, aunque ahora todo es fútbol y básquet. Sería bonito reunir los nombres de todos esos juegos, que son parte importante de nuestra historia cultural”.
Por Carlos Arrizabalaga. 04 marzo, 2019.Edgardo Rivera Martínez publicó una pequeña colección de cuentos bajo el sugestivo título de “A la hora de la tarde y los juegos” (Lima, Peisa, 1996, p. 86). Mezcla un tono personal con un discurso con un toque algo académico y destila recuerdos de Jauja, anécdotas y chascarrillos inventados a veces con alguna denuncia temperada, a veces con tono quejumbroso y mucha nostalgia.
La niñez siempre es un motivo para una mirada risueña: “Juntos nos dirigíamos al jardín, por el lado del aliso y las retamas, y nos poníamos a jugar a las escondidas, a los celadores y ladrones, a la pega, a moros y cristianos.”
Los juegos tienen nombres que hacen mención, por lo general, a la función que realizan en ellos sus protagonistas. Unos son antiguos y revelan viejas tradiciones culturales, como en el caso de moros y cristianos, que seguramente se refiere a juegos en que unos asedian a los otros, en recuerdo del famoso cerco de Santafé, en el que los Reyes Católicos terminaron por vencer al último rey moro de Granada.
En Piura, las batallas entre moros y cristianos siguen siendo el tema central de una representación con que se celebra la festividad de la Virgen de las Mercedes en San Lucas de Colán. Los piuranos tenían otros muchos nombres de juegos infantiles.
Con una salud envidiable el médico nonagenario Roberto Temple Seminario recuerda su niñez por los años posteriores al terremoto de 1928, cuando el mejor colegio de Piura era el Centro Escolar N° 21 dirigido por el maestro Zapata Chira, “todo un personaje de saco, chaleco, sombrero bastón y bigotes”, y él asistía todavía al colegio Lourdes, que era mixto hasta el segundo año de Primaria: “En los recreos de los colegios se jugaba bolero, trompo, bolitas, lingo y se saltaba soga”, pero las niñas, que saltaban soga, luego se sentaban en el suelo a jugar yaks” (Piura intemporal, p. 107-108).
En el norte, era común “jugar yaks” (o “jacks”), “jugar pásbol y queche para salvar a nadie” (que denotan una clara influencia anglosajona: queche es adaptación de catcher), “jugar quiwi” (derribando latas de leche gloria vacías, y “pedir chepi”, o ahora “estar en chepi” (cuyo origen parece incierto), para pedir permiso o para salir del juego.
Se han perdido muchos nombres de otros juegos: los siete pecados, la bata, negritos a trabajar, el rey pasó… Las bolitas o bolinchas (en otros lugares, canicas) podían ser “lecheras”, que eran demasiado costosas, pero en Piura la mayoría jugaba con checos, que en Lambayeque llamaban choloques. Ya en las acuarelas del obispo Martínez Compañón aparecen niños jugando con choloques, y de esto hace ya dos siglos y medio.
El juego de las escondidas o el matagente siguen vigentes, aunque ahora todo es fútbol y básquet. Sería bonito reunir los nombres de todos esos juegos, que son parte importante de nuestra historia cultural, para darnos cuenta de lo diferentes que somos y de las cosas que, pese a todo, no han cambiado demasiado.